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Pensar la evaluación formativa

Explore and achieve. Shot of a young woman resting on a pile of books in a college library

Por Lic. Prof.Giorda, Ma.Estefanía – Prof.Soria, Fernando y Prof.Viggiani, Antonella

Si consideramos que en esta época los espacios, los tiempos, los canales de comunicación y los formatos de construcción de conocimiento han cambiado; entonces deberíamos creer que también lo ha hecho la evaluación.
Una pandemia como emergente irrumpió nuestras habituales prácticas educativas, obligándonos, a la vez que invitándonos, a repensar los elementos y las dinámicas más esenciales y constitutivas de nuestro quehacer educativo.
Después de varias semanas de trabajo y re-invención, son diversos los aspectos que hemos visto ponerse en tensión. Hemos analizado, revisado y rediseñado cronogramas, temarios de contenidos, formatos de encuentro con nuestros estudiantes y colegas pero ¿Lo hemos hecho -sinceramente- con la evaluación?

Hacia un cambio en la concepción de evaluación
Hablar de cambios y procesos de transformación en evaluación, no supone aquí hacer referencia al empleo de nuevas técnicas o recursos para implementarla; sino focaliza si la misma va acompañada de un cambio en las actitudes y concepciones que la sostienen.
De lo contrario, se trataría del seguimiento ciego de una moda pedagógica que, en esencia, es sólo otra manifestación del conformismo didáctico (Camilloni, 2000).
Recordemos que la evaluación en tanto proceso formativo supone ser una instancia más del proceso de aprendizaje, y como tal, consiste en acompañar y promover procesos de enseñanza y aprendizaje significativos. Es un tipo de evaluación continua, permanente e integradora que permite conocer la trayectoria real de cada estudiante en nuestra materia, y a partir de este conocimiento, poder orientar y brindar oportunidades de mejora de su
aprendizaje.
Al respecto, Ruth Harf, explicita que la evaluación es “un proceso de obtención, producción y distribución de información, referido al funcionamiento y desarrollo de la actividad cotidiana en las salas, aulas, clases y salones, y en la escuela, a partir de la cual se tomarán decisiones que afectarán ese funcionamiento. Más que medir, intenta comprender para poder actuar” .

En otras palabras, podemos decir que a través de la evaluación formativa, se busca realizar constantemente ajustes, re-orientar y re-organizar nuestras prácticas docentes, teniendo como finalidad el aprendizaje de los estudiantes, los objetivos y metas educativas. Para ello la evaluación no se focaliza únicamente en los resultados alcanzados por los estudiantes, sino también en los procesos que se ejecutan, los avances que tienen lugar en función de las decisiones que como docentes tomamos, el desarrollo de habilidades y competencias
relacionadas con los saberes propios de cada disciplina.
Una de las características principales de la evaluación formativa, es poder llevar a cabo constantemente un ida y vuelta entre profesor y estudiantes, llegar a ellos, conocer sus logros y dificultades, acompañarlos, guiarlos y motivarlos. Este proceso lo denominamos retroalimentación.

“La devolución te dice lo que hiciste y lo que no, y te permite realizar auto-ajustes. Por tanto, cuanto más auto-evidente sea la devolución, mayor será la autonomía que desarrollará el estudiante” (Ravela,2019).

En este sentido, Camilloni (2000) agrega “conocidos los objetivos, acordada la participación y el esfuerzo del alumno por alcanzarlos, existe todavía otro requisito para que progrese sistemáticamente hacia su meta. El estudiante debe conocer los resultados obtenidos en cada uno de sus intentos, la adecuación de sus certezas o de sus conjeturas. Solo podrá corregir los errores si recibe información acerca de su localización y de las estrategias más aptas para su rectificación”

De allí la importancia que los estudiante sepan qué se espera de ellos, cuáles son los objetivos de aprendizaje y cuáles son los criterios de evaluación.

De acuerdo a Bertoni, Poggi y Teobaldo (1996), la evaluación educativa podría tomar como premisas orientativas las siguientes:

  1. Es necesario evaluar procesos y no solamente resultados: Los resultados no
    pueden ser explicados sin una comprensión de los procesos que han conducido a ellos.
  2. Es necesario evaluar no solo conocimientos: Es importante este señalamiento
    porque en muchas ocasiones la evaluación de conocimientos se reduce a la de informaciones, datos y hechos, lo cual conduce a una concepción estrecha de los conocimientos que es preciso evaluar. Se trata entonces de incluir, además, valores,actitudes, habilidades cognitivas complejas, etc.
  3. Es importante evaluar tanto lo que el alumno sabe, como lo que no sabe: Se trata
    aquí de alertar sobre el desequilibrio entre la valoración de los errores y de los logros y
    aciertos. Es mucho más habitual que se evalúe para detectar lo que los alumnos no saben
    o no han aprendido que lo que han aprendido.
  4. Un proceso evaluador debe ir más allá de la evaluación del alumno: El alumno no
    debe aparecer aquí como el “protagonista” de la evaluación, considerándolo como el único
    responsable por los resultados que obtiene sin considerar las condiciones contextuales.
  5. Es importante incluir en la evaluación tanto los resultados previstos como los no
    previstos: Además de los objetivos propuestos, la evaluación debería incluir los efectos
    laterales, los imprevistos, que se derivan de las acciones educativas.
  6. Es necesario evaluar los efectos observables como los no observables o
    implícitos: Es importante aclarar que lo no observable no es equivalente a lo no existente.
    Por ello, un modelo de evaluación que atienda a la complejidad de los procesos educativos
    implica avanzar en procesos no observables a simple vista, para lo cual es necesario el
    uso de técnicas dirigidas a descubrir y significar lo oculto de dichos procesos.
  7. La evaluación debe estar contextuada: No se trata de desresponsabilizar a las
    personas, pero sí tener en cuenta ese conjunto de condicionantes en el proceso evaluador.
    Se trata de aprehender una realidad compleja y dinámica, con sus códigos, los cuales
    permiten dotar de significado a la información que se releva.
  8. La evaluación debe ser cuantitativa y cualitativa:
    La evaluación cuantitativa ofrece la apariencia del rigor y tiene la pretensión de objetividad,
    pero no permite “ver” cuestiones importantes de los procesos educativos que son
    “atrapables” a través de números. Por ello, es necesario su articulación con los
    procedimientos que corresponden a la evaluación cualitativa.
  9. La evaluación debe ser compatible con el proceso de enseñanza y de aprendizaje
  10. Es necesario introducir variaciones en las prácticas evaluativas: No es una
    práctica generalizada someter a evaluación los mecanismos, procedimientos e
    instrumentos de evaluación para introducir en ellos los cambios que se requieran.
  11. La evaluación debe incluir la dimensión ética: Que en ocasiones la evaluación haya
    sido utilizada como un instrumento de presión, que no haya permitido ejercitar el derecho a la crítica y a la discrepancia, que se emplee en ocasiones para atacar a la educación pública, constituyen solo algunos de los problemas de carácter ético implicados en los procesos evaluadores.
  12. La evaluación debe estar al servicio de los procesos de cambio: No siempre la
    evaluación promueve o impulsa el cambio. Es más, en numerosas ocasiones se justifica, a
    partir de ella, el statu quo. En consecuencia, es necesario revisar las prácticas constantes
    de evaluación que producen un escaso o nulo impacto en las prácticas educativas.
  13. La evaluación debe incluir tanto la evaluación externa como la interna: Toda
    experiencia educativa puede requerir de la evaluación externa para poder ser analizada y
    para diseñar procesos de mejoramiento sustantivos. Por otra parte, la autoevaluación
    implica el desarrollo de la autocrítica y de la reflexión sobre los propios procesos
    educativos. Supone, en consecuencia, una mirada crítica y la posibilidad de su extensión
    gradual a distintos aspectos de la realidad institucional con un alto grado de implicación de
    los actores.
  14. La evaluación debe acompañar los tiempos del proceso educativo: Remitimos a la
    necesidad de una evaluación sincrónica respecto del proceso de enseñanza y de
    aprendizaje (la que exige una actitud distinta y métodos diferentes) y de una evaluación
    diacrónica, que provee una perspectiva temporal para la comprensión de los procesos y los
    resultados evaluados.
  15. Es necesario incorporar a la práctica de la evaluación la metaevaluación
    Scriven ha explicado la diferencia entre la evaluación y la estimación del logro de los
    objetivos. La evaluación implica un proceso tan complejo que, a la vez, exige
    necesariamente ser evaluado para atribuirle el valor justo. La “Metaevaluación” destaca
    que “los evaluadores tienen la obligación profesional de que las evaluaciones propuestas o
    finalizadas estén sujetas a una evaluación competente”.
    ir más allá de la evaluación del alumno

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