Por Lic. Erika Martinez Corzo
En el contexto actual de expansión, diversificación y transformación de la educación superior, nos encontramos frente a una pregunta clave: ¿qué significa hoy enseñar en la universidad? Esta interrogante nos invita a detenernos y reflexionar sobre nuestras prácticas docentes y, especialmente, sobre la evaluación.
¿Alguna vez te preguntaste cómo viven tus estudiantes la experiencia de aprendizaje en tu clase? ¿Qué impacto tienen nuestras formas de enseñar y evaluar en su formación?
Más allá del contenido: enseñar como acto ético y político
Enseñar no es simplemente transferir conocimientos. Es una práctica situada, construida desde las trayectorias personales, institucionales y disciplinares de cada docente. Según Edith Litwin, la enseñanza universitaria configura un entramado de decisiones que expresan una concepción del conocimiento y del sujeto que aprende.
La clase universitaria es un espacio para problematizar, dialogar, desafiar supuestos. Por eso, formar profesionales críticos requiere enseñar desde una perspectiva ética y con conciencia del contexto social.
Evaluar para aprender: cambiar la lógica del examen
Históricamente, la evaluación en la universidad ha estado centrada en el examen final. Sin embargo, esta lógica debe cambiar. Evaluar no es solo calificar: es una oportunidad para comprender el proceso de aprendizaje, detectar dificultades y mejorar la enseñanza.
Desde la mirada formativa, la evaluación se convierte en una herramienta de aprendizaje. Implica ofrecer retroalimentación oportuna, dar lugar a la autoevaluación y pensar en instrumentos válidos y pertinentes para contextos diversos.
El aula universitaria como espacio de construcción colectiva
La universidad no puede prescindir de la enseñanza como eje central. Aun en medio de la presión por investigar y extender, enseñar sigue siendo el acto fundante. Pero para que la práctica docente sea significativa, se requiere tiempo institucional para planificar, reflexionar y construir propuestas pedagógicas consistentes.
¿Qué lugar damos a la retroalimentación y a la participación estudiantil?
El feedback no puede ser un trámite. Es una oportunidad para abrir el diálogo con los estudiantes, reconocer esfuerzos, orientar procesos y afinar estrategias. En este sentido, la evaluación formativa cobra sentido al invitar a los estudiantes a involucrarse activamente: autoevaluarse, coevaluarse, tomar conciencia de sus avances.
¿Cómo diseñamos nuestras evaluaciones? ¿Qué prácticas habilitamos para que los estudiantes no solo aprueben, sino también comprendan, construyan y apliquen saberes significativos?
Construir comunidad académica desde la enseñanza
Desde una mirada institucional, revisar nuestras prácticas de evaluación no es solo una necesidad didáctica, sino también una apuesta por la calidad y la equidad. Es tiempo de generar espacios colectivos donde el saber pedagógico se comparta, se cuestione y se renueve.
Como comunidad académica, tenemos la responsabilidad de enseñar a pensar, a cuestionar y a construir conocimientos relevantes. Repensar nuestras prácticas docentes y evaluativas es parte de ese compromiso.
“Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o construcción” – Paulo Freire
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